miércoles, 12 de septiembre de 2007

"La «noche oscura» de la Madre Teresa, una especie de «martirio»"


ROMA, 4 de septiembre del 2007 – Hace tres días, hablando a trescientos mil jóvenes reunidos en Loreto, Benedicto XVI recordó que también una santa como la Madre Teresa de Calcuta, “con toda su caridad y su fuerza de fe” – no obstante ello – “sufría del silencio de Dios”. Y agregó: “Ha sido publicado un libro con las experiencias espirituales de la Madre Teresa en el que esto que ya sabíamos se muestra todavía más abiertamente”. El libro citado por el Papa se titula “Mother Teresa: Come Be My Light [Madre Teresa: Ven y sé mi luz] y está a la venta desde el 4 de setiembre en su edición inglesa, cuidada e introducida por el padre Brian Kolodiejchuk, de los Misioneros de la Caridad, postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa. En el mismo se recogen algunas cartas que la religiosa, muerta hace diez años y que ahora es beata, escribió en diferentes momentos a sus directores espirituales. Son cartas que testifican la larga fase de su vida en la que experimentó la “noche de la fe”. El simple anuncio del libro, incluso antes de su publicación, ha desencadenado en varios países del mundo un remolino de discusiones, como si en él hubiera revelaciones sin precedentes que lleven a la ruina la imagen de la beata. Por el contrario, todo ya se conocía, como ha remarcado Benedicto XVI. Las cartas que ahora se publican, junto a escritos análogos, ya estaban presentes en los ocho volúmenes de la causa de beatificación de Madre Teresa. Y cuando fue proclamada beata, el 19 de octubre del 2003, en su biografía oficial, difundida por el Vaticano, estaban escritas textualmente estas palabras: "Existía un lado heroico de esta mujer que salió a la luz sólo después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor. Ella misma llamó 'oscuridad' a su experiencia interior. La dolorosa noche de su alma, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más profunda unión con Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús (el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús) y compartió la desolación interior de los pobres". De aquella oscuridad interior suya que duró medio siglo – precisamente mientras todo el mundo admiraba su radiante alegría cristiana – la Madre Teresa dio cuenta solamente a sus directores espirituales, ordenando que después destruyeran sus cartas: cosa que ellos no hicieron. La oscuridad de la fe es un distintivo de la vida de muchos santos, hasta de los más grandes. Pero hay siempre algo peculiar en cada uno de ellos. También en la Madre Teresa. En el comentario que sigue, un autor de excepción intenta tratar la peculiaridad de la Madre Teresa, precisamente en relación a sus dudas de fe. Es el padre Raniero Cantalamessa, franciscano, historiador de los orígenes del cristianismo y predicador de oficial de la casa pontificia. El comentario apareció en el “Avvenire” del domingo 26 de agosto, en el pleno de la discusión que siguió a la publicación del libro. En él el padre Cantalamessa sostiene una tesis audaz: identifica en la Madre Teresa a la ideal compañera de viaje y de mesa de tantos “ateos en buena fe” que llenan el mundo hoy. Los más amados por Jesús que sobre la cruz experimentó, más que todos, el abandono de Dios.

Madre Teresa, "la noche" aceptada como un don
¿Qué sucedió después que la Madre Teresa dio su sí a la inspiración divina que la llamaba a dejar todo para ponerse al servicio de los más pobres? El mundo ha conocido bien lo que ocurrió en torno a ella – la llegada de las primeras compañeras, la aprobación eclesiástica, el vertiginoso desarrollo de sus actividades caritativas – pero hasta su muerte ninguno supo lo que ocurrió dentro de ella. Lo revelan los diarios personales y las cartas a sus directores espirituales, ahora publicados por el postulador de la causa para la canonización. No creo que los editores, antes de decidirse a darlas a la imprenta hayan debido superar el temor de que tales escritos puedan suscitar desconcierto o que incluso puedan escandalizar a los lectores. Lejos de disminuir la estatura de la Madre Teresa, ellos, en efecto, la engrandecen poniéndola junto a los más grandes místicos del cristianismo. “Con el inicio de su nueva vida al servicio de los pobres – escribe el jesuita Joseph Neuner que fue cercano a ella – vino sobre ella una oscuridad abrumadora”. Bastan algunos breves pasajes para hacernos una idea de la densidad de las tinieblas en las que se llegó a encontrar: “Hay tanta contradicción en mi alma, un profundo anhelo de Dios, tan profundo que duele, un sufrimiento continuo – y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo…El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío”. No es difícil reconocer inmediatamente en esta experiencia de la Madre Teresa un caso clásico de aquello que los estudiosos de mística, después de san Juan de la Cruz, suelen llamar la noche oscura del espíritu. Taulero hace una descripción impresionante de dicho estado: “Entonces somos abandonados en tal modo que no tenemos ninguna conciencia de Dios y caemos en tal angustia que no sabemos más si alguna vez estuvimos en el camino justo, ni sabemos si existe Dios o no, o si nosotros mismos estamos vivos o muertos. De modo que sobre nosotros cae un dolor tan extraño que nos parece que todo el mundo en su extensión nos oprime. No tenemos ya ninguna experiencia ni conciencia de Dios, pero también todo el resto nos parece repugnante, por lo que nos parece que estamos prisioneros entre dos muros”. Todo permite pensar que esta oscuridad acompañó a la Madre Teresa hasta la muerte, con un breve paréntesis en 1958, durante la cual pudo escribir jubilosa: “Hoy mi alma esta colmada de amor, de alegría indecible y de una ininterrumpida unión de amor”. Si a partir de un cierto momento prácticamente no habla más de ella, no es porque la noche terminó, sino porque se adaptó a vivir en ella. No sólo la aceptó, sino que reconoce la gracia extraordinaria que eso encierra para ella. “He comenzado a amar mi oscuridad, porque ahora creo que ella es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en el que Jesús vivió sobre la tierra”.

El silencio de la Madre Teresa
La flor más perfumada de la noche de la Madre Teresa es el silencio que guarda sobre la misma. Tenía miedo que al hablar sobre su experiencia pudiera llamar la atención sobre sí misma. Incluso las personas más cercanas a ella no sospecharon nada de este tormento interior de la Madre sino hasta el final. Por orden suya, el director espiritual debió destruir todas sus cartas y si algunas se salvaron es porque él, con el permiso de ella, había hecho una copia para el arzobispo y futuro cardenal Trevor Lawrence Picachy; después de muerto, entre sus cartas, se encontraron las de Madre Teresa. El arzobispo, para suerte nuestra, se negó a aceptar el pedido de destruirlas que también le hizo a él la Madre Teresa. El peligro más insidioso para el alma en la noche oscura del espíritu es el de darse cuenta de que se trata, precisamente de la noche oscura, de lo que grandes místicos han vivido antes que ella y por lo tanto de hacer parte de un círculo de almas elegidas. Con la gracia de Dios, la Madre Teresa evitó este riesgo, escondiendo a todos su tormento bajo una sonrisa perenne. “Todo el tiempo sonríe, dicen de mí las hermanas a la gente. Piensan que lo más íntimo de mí esté pleno de fe, confianza, amor… Si sólo supiesen y cómo mi ser alegre no es más que un manto con el que cubro vacío y miseria”. Una sentencia de los Padres del desierto dice: “Por más grande que sean tus penas, tu victoria sobre ellas está en el silencio”. Madre Teresa lo puso en práctica de manera heroica.

No sólo purificación
¿Pero por qué este extraño fenómeno de una noche del espíritu que dura prácticamente toda la vida? Aquí hay algo de nuevo respecto a lo que han vivido y explicado los maestros del pasado, incluido san Juan de la Cruz. Esta noche oscura no se explica con la sola idea tradicional de la purificación pasiva, la llamada vía purgativa, que prepara a la vía iluminativa y a la unitiva. La Madre Teresa estaba convencida de que su caso se trataba precisamente de esto; pensaba que su “yo” era particularmente difícil de doblegar, si Dios era obligado a tenerla por largo tiempo en ese estado. Pero eso no era cierto. La interminable noche de algunos santos modernos es el medio de protección inventado por Dios para los santos de hoy que viven obrando constantemente sobre los reflectores de los medios. Es el traje de asbestos de quien debe andar entre las llamas; es el aislante que impide a la corriente eléctrica perderse y provocar un cortocircuito. San Pablo decía: “Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne” (2 Cor 12, 7). La espina en la carne que era el silencio de Dios se ha revelado eficacísima para la Madre Teresa: la ha preservado de toda ebriedad, en medio de todo lo que el mundo hablaba de ella, hasta en el momento de retirar el premio Nóbel de la paz. “El dolor interior que siento – decía – es tan grande que no siento nada por toda la publicidad y el hablar de la gente”. ¡Qué lejos de la verdad está Christopher Hitchens cuando en su ensayo venenoso “Dios no es grande. La religión envenena todo” hace de Madre Teresa un producto de la era mediática! Hay una razón todavía más profunda que explica estas noches que se prolongan por toda una vida: la imitación de Cristo, la participación en la oscura noche del espíritu que envolvió a Jesús en Getsemaní y en la que murió sobre el Calvario, gritando: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. La Madre Teresa alcanzó a ver siempre más claramente su prueba como una respuesta al deseo de compartir el grito de Jesús sobre la cruz, “Tengo sed”: “si la pena y el sufrimiento, mi oscuridad y separación de ti te dan una gota de consolación, mi Jesús, has de mí lo que quieras… Imprime en mi alma y en mi vida el sufrimiento de tu corazón… Quiero saciar tu sed con cada gota de sangre que puedas encontrar en mí. No te preocupes en regresar pronto: estoy lista para esperarte por toda la eternidad”. Sería un grave error pensar que la vida de estas personas es toda ella un tétrico sufrimiento. En el fondo del alma, estas personas gozan de una paz y una alegría desconocidas al resto de los hombres, derivadas de la certeza, en ellas más fuerte que la duda, de estar en la voluntad de Dios. Santa Catalina de Génova parangonaba el sufrimiento de las almas en este estado a la del Purgatorio y dice que la misma “es tan grande que sólo es comparable a la del infierno”, pero que hay en ellas una “gran felicidad” que sólo se puede comparar a la de los santos en el Paraíso. La alegría y la serenidad que emanaba del rostro de la Madre Teresa no era una máscara, sino el reflejo de la unión profunda con Dios en la que vivía su alma. Era ella que se “engañaba” por cuenta suya, no la gente.

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